Las rosas de colores
Sábado por la tarde, una madre y su hija están hablando en el centro de belleza:
-Mamá, tengo una amiga que va siempre con un grupo de chicas que no la tratan bien y la usan como si fuera una marioneta. Siempre la dejan a un lado y la utilizan cuando quieren, como si fuera un objeto. He estado algunas veces a punto de decirle lo que hacen sus amigas con ella y quitarle esa venda de los ojos, pero no me atrevo porque varios amigos míos ya lo intentaron y al final acabaron peleándose con ella, pues no quería reconocer la verdad. A mí me da mucha pena esta chica, porque está siendo utilizada y no sé cómo su grupo de amigas, si se pueden llamar así, le están haciendo eso. Yo pienso que debería apartarse de esas amigas de conveniencia y buscar otras que la sepan tratar y respetar. ¿Tú que piensas?
-Bueno, pienso que ambas partes tienen culpa, pero sus amigas, más, porque seguramente no se están dando cuenta del daño que están causando y tarde o temprano se arrepentirán. Para que entiendas esto último que te acabo de decir , te voy a contar una historia.
La hija comenzó a escuchar atentamente:
-Había una vez una duquesa muy poderosa. Vivía en un reino muy lejano y lleno de lujos. Se había quedado huérfana muy joven, por lo que con dieciocho años era la legítima heredera de todo lo que sus padres le habían dejado.
Su castillo era enorme, con muchas ventanas y grandes jardines verdes repletos de rosas de todos los colores. Para ella trabajaba gran parte del pueblo y tenía decenas de criados que se encargaban de conservar bien el castillo y de complacerla. Todas las mañanas le ponían un jarrón con un gran ramo de rosas de todos los colores en su habitación.
La duquesa quería tener niños y esperaba que pronto algún conde o duque le propusiera matrimonio para así asegurar su dinastía.
Hasta aquí, todo bien. Lo único que fallaba era su carácter: era muy egocéntrica, egoísta y malvada. Trataba a todas las personas que trabajaban para ella como si fueran desechos y no se preocupaba por nadie.
Un día, una de sus criadas estaba ordenando su habitación y sin querer tiró el jarrón de rosas al suelo. La muchacha trató de recoger lo que se había derramado y los cristales rotos del suelo, pero cuando giró la cabeza tenía a la duquesa detrás de ella. Enfadada, la duquesa ordenó que le dieran cien azotes a la chica como castigo.
Pasó toda su vida amargada y con el mismo carácter, que fue empeorando según su edad. No encontraba marido, porque nadie la quería y la gente que trabajaba en su castillo, poco a poco se fue yendo.
Un día estando en su cama muy enferma y a punto de morirse, escuchó los pasos de alguien que se acercaba. Extrañada, se incorporó en la cama y pudo ver una silueta de mujer, pero no sabía quién era. Cuando la mujer estaba a tan solo unos metros de la cama, se dio cuenta de que era aquella misma chica a la que algunos años atrás castigó por tirarle el jarrón donde estaban las rosas. La chica, ya convertida en una mujer hecha y derecha, llevaba un jarrón entre las manos repleto de rosas de todos los colores, como las que le ponían a la duquesa. Silenciosamente, dejó el jarrón encima de la mesa que había al lado de su cama y miró a la duquesa. Sus miradas se mantuvieron durante unos segundos, los justos para que la duquesa se diera cuenta del dolor que había causado y de sus malas conductas. La chica se fue rápidamente sin decir nada.
La duquesa se puso a pensar todo el mal que había hecho. Sola en el castillo, se lamentaba de no haber encontrado un marido y de no haber tenido hijos, que era su gran propósito. Su pena era tan grande que se le escapó una lágrima sin querer, lágrima que acto seguido, se deslizó por su anciana mejilla ya muerta.
- En cuanto a tu asunto,-dijo la madre- la chica es la única que puede decidir lo que hacer con su vida y si varias personas ya le han dicho lo que hacen sus amigas con ella y no les ha hecho caso, es porque no quiere abrir los ojos. Pero, sea como sea, el grupo de amigas que la están tratando mal lo acabará pagando de una forma u otra en sus vidas.
-Pero mamá-, dijo la hija- yo no acabo de entender muy bien toda esta historia que me has contado, ¿me la podrías volver a explicar?
- Para que lo entiendas, te lo voy a resumir en unos versos:
El tiempo pone a todo el mundo en su lugar,
y si no es así, deja a la vida, que ella lo hará.
Ana 3ºB
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