martes, 27 de junio de 2017

Nuevos tratados de El Lazarillo de Tormes

Tratado VIII, Cómo Lázaro se asentó en un burdel y de las cosas que allí sucedieron, por Ana Torcuato.


Tratado VIII por José A. Núñez:

   Así pues, Vuestra Merced, después de haberle relatado las desventuras que padecí al servicio de mis antiguos amos, aunque más que amos eran borregos, le relataré el último trabajo que se me encomendó.
   Tras haber servido al Arcipreste durante cinco años, este me regaló como ofrenda al Arzobispo de Toledo. Muy a mi pesar tuve que servir a la persona más importante de la Santa Iglesia Católica en el imperio español.
   Se preguntará usted cuál era mi oficio, muy simple, era el encargado de llevar las cartas del Arzobispo al Santo Padre. Aunque las rutas no eran seguras, la astucia desarrollada por mis vivencias ayudaron a mantenerme de una pieza. Sin embargo, a pesar de llevar una vida tranquila, añoraba el lecho junto a mi esposa. 
   De modo que, ruego a Vuestra Merced que se encomiende a Dios antes de enviarme a galeras.


Nuevo Tratado: El Lazarillo y su nuevo amo, el tabernero. Por Aroa Fernández:

   Un día se levantó Lazarillo y estaba tan aburrido que se puso a pensar en lo que iba a almorzar. Al fín, decidió salir a la calle e ir por los diferentes barrios pidiendo limosna y como tenía mucho tiempo para pensar ya que no hacía nada, llegó a la conclusión de que lo que debía hacer era trabajar. Al día siguiente salió con un cartón en el que había escrito a carboncillo y con letras mayúsculas: BUSCO CUALQUIER OFICIO.
   Antes de que el sol se escondiera y llegara la noche, se detuvo delante de él un hombre mayor vestido de manera sencilla, que le ofreció quedarse con su taberna, ya que buscaba a un buen hombre y que fuera de provecho. Lazarillo le dijo que él iba a hacer todo lo posible para sacar la taberna adelante, así que el tabernero confió en él. A la mañana siguiente, Lazarillo ya estaba sirviendo vino.
El tabernero, cuando el pobre Lázaro rompía una copa o no le salían las cuentas, le pegaba con una barra en la espalda, así durante dos o tres días hasta que Lazarillo se cansó y en un momento, en el que el tabernero no miraba, cogió todo el dinero que había en la caja, le dio una patada y salió corriendo para no volver más y buscarse la vida de otra manera. 
   De esta aventura aprendió a no confiar tanto en la gente a primera vista y como dice el refrán: ni el bueno es tan bueno, ni el malo, tan malo.


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