El JARRÓN DE
LOS DESEOS
Aquel día me desperté en un claro rodeado de una densa
vegetación. Estaba muy confuso pues no sabía en qué lugar me encontraba, ni cómo
llegué allí. Me sentía muy cansado y a duras penas conseguí ponerme en pie.
Intenté erguirme pero no lo conseguí pues perdía el equilibrio nada más
intentarlo. Miré mis extremidades inferiores, y para mi sorpresa, me encontré
con unas patas peludas en vez de piernas, y unas pezuñas en vez de manos.
Agudicé mi oído y escuché el sonido de un arroyo. Tenía mucha sed, así que
decidí ir a buscarlo. Dado que no poseía piernas humanas, me apoyé sobre mis
cuatro patas y caminé hacía el río. Enseguida me di cuenta de que no era tan
difícil como yo pensaba. Cuando por fin llegué hasta el agua, coloqué las manos
en formas de recipiente para llenarlas de agua, pero entonces me di cuenta de
que no las poseía, así que me incliné para beber y al levantar la cabeza me
llevé una gran sorpresa. Del susto me
caí al agua y, al salir, volví a mirarme. No quería creerme lo que estaba
viendo. Salí corriendo por donde vine, y me detuve en el lugar de mi descanso.
Me acordé de cómo me burlaba de los demás por su aspecto,
¿Qué me dirían ahora si me viesen?
Divisé unas vestimentas de hombre, entre la maleza, a las que
antes no presté mucha atención. Esas ropas eran mías. Yo era un hombre, al
menos antes de haberme despertado de mi sueño, y ahora era un zorro. Ese era mi
único pensamiento en ese momento. Me mordí las patas creyendo que me
despertaría de esa horrenda pesadilla… Pero no fue así. Hurgué en los bolsillos
de mi ropa y me encontré una libreta. La abrí y fui pasando las páginas como
pude. Me llamó la atención una de ellas en la que ponía:
18
de Marzo de 1990
Yo,
Jack Legendre me he adentrado en la selva Amazónica para encontrar el jarrón de
los deseos y por fin he descubierto su paradero. Me voy ahora mismo a buscarlo.
Si mis cálculos no me fallan esta nota la debí de escribir
ayer mismo. Seguí pasando las páginas en busca de más información sobre aquel
jarrón misterioso, y me encontré con esta otra:
El
jarrón de los deseos
Cuenta la leyenda que lo crearon una tribu que
vivía en la selva amazónica conocida como bölcs. Quien consiga este jarrón
podrá pedir un solo deseo que se cumplirá por muy inimaginable que sea. Esta tribu
lo escondió para que no cayera en malas manos. Además de ello, los bolcs
dejaron un mensaje en el que ponía: csak az a személy, több tiszta szívvel lesz
képes, segítségével az istenek, még a váza, que significa: solo la persona con
el corazón más puro podrá, con ayuda de los dioses, encontrar el jarrón.
Poco a poco fui ordenando mis ideas hasta sacar esta
conclusión:
Mi nombre es Jack Legendre y decidí penetrar en la selva
amazónica con el propósito de encontrar el jarrón de los deseos que se hallaba
yendo hacia… hacia el… ¡Gggrrrr qué rabia!, no conseguía acordarme del lugar al
que debía dirigirme. A lo mejor era hacia el sur… o hacia el norte, también
podría ir hacia al este… o al oeste. Volví a hojear el cuaderno, para saber la
dirección que debía tomar, pero fue en vano. Me encontraba perdido en medio de
aquella selva y para colmo en el cuerpo de un zorro. Decidí echarme una siesta,
a ver si así se me pasaba este dolor de cabeza y, poco a poco, fui cayendo en
un profundo sueño.
Me despertó un sonido que no conseguía distinguir bien, pues
aún estaba un poco aturdido, así que fui hasta el río y me di un chapuzón para
despejarme un poco. Al salir me sacudí y regresé al claro. Volví a escuchar
aquel sonido de nuevo, pero esta vez pude distinguirlo, era dulce y armonioso
como si un cascabel marcase el ritmo de un arpa. Era, sin duda alguna, la voz
de alguien cantando. Me fui aproximando siguiendo aquel hermoso sonido hasta
que me paré y lo busqué con la mirada, aunque sin éxito. Escuchaba la voz a mi
lado pero no conseguía ver quién la producía. De pronto aquel sonido cesó. Me
quedé quieto sin saber qué hacer y entonces la voz volvió a sonar, pero esta
vez decía:
-
Estoy
aquí, ¿no me ves?
-
¿Quién
eres? – pregunté yo.
-
Soy
Mia.
-
Sal
para que pueda verte.
-
No
puedo pues te asustarías.
-
No
me asustaré te lo prometo.
No podía creerme lo que veían mis ojos: Ante mí apareció un
ser hermoso y diminuto con un vestido de color rojo y unas alas preciosas, ¡Era
un hada! Me quedé boquiabierto observando a aquel ser. Mia se tomó el silencio
como algo malo y se escondió de nuevo entre los árboles.
-
¿Por
qué te escondes? – Pregunté aun sin entender su gesto.
-
Porque
sabía que te ibas a asustar.
-
Lo
siento no pretendía que pensaras eso.
-
Entonces,
¿por qué te has quedado callado?
-
Porque
nunca antes he visto un ser tan bello como tú.
-
Y
yo nunca he visto un animal que tenga consciencia.
-
Es
una historia muy larga…
-
Tengo
mucho tiempo – dijo Mia – Por favor, cuéntamela.
Le expliqué todo lo ocurrido desde mi despertar hasta mi
encuentro con ella.
-
¿Así
que tienes el cuerpo de un zorro pero la mente de un humano? – dijo Mia.
-
Así
es y quiero llegar hasta el jarrón para poder saber la razón de mi
transformación.
-
¿Podría
acompañarte? – Preguntó Mia
-
Podría
ser muy arriesgado…
-
Por
favor déjame ir.
-
De
acuerdo.
-
Muchas
gracias.
Volvimos al claro, pues estaba anocheciendo, y después de
planear un poco la expedición del día siguiente nos acurrucamos el uno junto al
otro y nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente me desperté, fui de nuevo al río y al volver
me di cuenta de que Mia ya no estaba, ¡había desaparecido! La llamé todo lo
fuerte que pude pero no aparecía. Por el rabillo del ojo vi un objeto al que no
había prestado atención. Era un jarrón, me aproximé a él y miré el interior,
estaba lleno de agua. Me quedé como hechizado, sin poder apartar los ojos de
él. Entonces empezaron a salir imágenes al principio borrosas pero después de
un rato pude ver que era una cara humana… ¡Era la mía! En ese momento una
ráfaga de recuerdos inundó mi cabeza. Lo recordé todo, quién era, mi familia,
mi aspecto, dónde vivía, etc. Me di cuenta de lo vanidoso que yo era y no quise
creerlo, pero en el fondo sabía que era cierto. No podía ser, me negaba a
creérmelo. Deseaba con todas mis fuerzas poder cambiarlo de alguna forma, y
entonces algo sucedió. Empecé a brillar y cuando cesó me miré las manos ¡eran
humanas! Al igual que los pies y todo mi cuerpo. Cogí mi ropa y me vestí. Volví
la mirada hacia el jarrón, pero este ya no estaba. En realidad no me importaba
pues había conseguido el mejor regalo que uno puede tener: darse cuenta de sus
errores y lo mejor de todo, poder remediarlos. No perdí más tiempo, salí de la
selva para cambiar mi vida a mejor. Y según iba caminando escuché de nuevo la
canción más hermosa del mundo, era Mia que volvía a cantar, tal vez para
despedirse, tal vez por gusto o tal vez para guardarme aquella canción en mi
corazón.
FiN
MORALEJA:
Solamente
Un corazón sencillo podrá entender las cosas grandes de la vida.
Mikel
P.D.
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